En pocas
ocasiones cuento la historia, imagino la desconfianza de quienes la escuchen y las
risas cómplices. Pensarían en un invento matizado con locura y algo de
imaginación. Pero lo juro, no es ficción, lo viví y quedé anonadada.
Sucedió
en mis tiempos de estudiante universitaria en La Habana, en un kiosko que entre
otros productos vendía por tragos bebidas alcohólicas, allí, con un lenguaje
confuso, un señor muy ebrio le comentaba a otro igual de borracho,: “Mira, el
chama cogió a la jeba en sus brazos, porque él sabía que lo iban a partir y
gritó ¡la entrego viva, viva!, yo me erizo”.
La
escena parecía desempolvada de Macondo o parte del universo real maravilloso en
el que recreó sus historias Carpentier. Aquellos hombres con un estado de
embriagez total, debatían con vehemencia sobre uno de los clásicos del cine
cubano, la película Clandestinos de Fernando Pérez. Analizaban una de las
últimas secuencias del filme con la mirada crítica, jerga incomprensible y alta
concentración de alcohol en sangre.
En ese
momento pensé, cuán hondo había calado en la población aquello de la formación
general integral, en los palpables efectos a corto plazo de los programas
Universidad para Todos y hasta en el personaje de Jura decir la Verdad, Cuqui
la Mora, y su acertada frase “La cultura no tiene momento fijo”.
Pero
unos colegas desmoronaron el idilio: Arianna, esa historia es una excepción, la
regla en los establecimientos expendedores de rones es el deslucido aspecto de
los locales, y las groserías, insultos y hasta riñas entre quienes lo frecuentan.
El mal
gusto y el mal ambiente se dan la mano en estos sitios, muchos abiertos durante
24 horas. Y aunque también comercializan otros productos industriales,
confiterías, enlatados y hasta cárnicos; la clientela asidua al alcohol siempre
“se roba el show”.
Algunos
le llaman “escuelas de idioma” porque entre línea y línea los hispanohablantes truecan
el milenario español por jerigonzas y jergas ininteligibles. Estas personas
asumen en sus estilos de vidas hábitos de consumo inadecuados que los vuelven
dependientes y enrumba camino a la adicción.
Prescindir
de estos comercios, no creo sea la solución. No se trata de botar el sofá. Pero
valdría reflexionar sobre su sentido social y particularmente su ubicación. Dos
amigos, por ejemplo, sufren la presencia de “La Constructora”, un bar de la
ciudad de Cárdenas, abierto día y noche, cuyos clientes apenas les permiten dormir
por los escándalos y las palabrotas. Lo más triste y peligroso es su emplazamiento,
frente a un instituto preuniversitario y un círculo infantil, afirmaron.
Desconozco
si existen leyes o regulaciones en nuestro país que prohíban la cercanía de
estos locales a centros educacionales, pero la lógica exige distancias. El
alcoholismo es considerado por los especialistas una enfermedad crónica, la
droga lícita o ilícita más empleada en el mundo, muchas veces en edades
tempranas. Y aunque Cuba prohíbe su venta a menores, vale evitar situaciones
comprometedoras o crear espacios inadecuados. No por gusto los investigadores
identifican como las vías más frecuentes de consumo en los adolescentes las
relacionadas al ámbito social, la imitación, presión de grupo y la búsqueda de
nuevas experiencias.
En
México, por ejemplo, autoridades universitarias de algunos Estados,
emprendieron una batalla para erradicar los puntos de venta de alcohol en zonas
escolares y garantizar entornos amigables alrededor de estas instituciones. Una
idea válida también para el ámbito nacional.
No se
trata de abogar por una sociedad abstemia, hablo de sensatez y buen gusto. La
función social de estos locales estatales, es necesario pensarla de manera
coherente y su localización debe responder a una planificación razonada y
ajustada al contexto.
Cerca
de una funeraria no va una discoteca, ni próximo a un hospital, un basurero, tampoco
a pocos pasos de una escuela un punto que incite al consumo ilimitado de
bebidas. En tiempos de reordenamiento urbanístico y territorial estos temas son
esenciales.
No
juguemos con un fenómeno cuyas implicaciones sociales generan malestar,
agresividad, y depresión, porque contrario al mito, el alcohol no es un
estimulante, sino un depresor. Las malas decisiones coquetean con una juventud
por naturaleza atrevida y ávida por experimentar.
Cada
cosa en su lugar y tiempo. Las historias macondianas pueden repetirse, pero, aboguemos
por una versión sobria y mucho más sana.
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