¡Hagamos un
dibujo de papá y escojamos al más lindo, al mejor padre del mundo! De inmediato
las hojas se tiñeron de momentos y recuerdos, de miradas intimistas e ingenuas.
Lo pintaron
inmenso y fuerte, porque papá es un superhéroe, carga las cosas más pesadas,
arregla cuanto equipo se rompe y te levanta en sus hombros para que nos
sintamos estrellas.
También
pensaron en su ceño fruncido ante lo mal hecho, la psicosis por la disciplina y
el buen camino, el regaño oportuno, el innecesario y el justo. Por supuesto,
colorearon la sonrisa más tonta, esa que acomodó en su rostro cuando nació el
hijo.
En verdad,
padre hay uno solo, y se forja al compartir la educación de los niños, los
culeros sucios, las madrugadas en vela, llantos, reuniones en la escuela, la
crisis de la adolescencia, dudas, conversaciones incómodas y las graduaciones.
De los
padres en ocasiones se esperan actitudes estereotipadas, la rudeza, mano firme,
sostén económico, saludos a distancia, lecciones de béisbol o boxeo. Quienes solo
así lo perciben, olvidan que también los desvelan las preocupaciones de sus
pequeños, celos absurdos, que espían los primeros amores, son consejeros, y
disfrutan los besos y mimos robados.
En junio
existe un espacio para felicitarlos y compartir, apoyarnos en el hombro de los
más jóvenes y convertirnos en el sostén de los que peinan canas. Ese momento de
junio hay que multiplicarlo por todo un año y mil dibujos, porque los lazos de
amor compartido, al menos los verdaderos, no deben celebrarse de mes en mes,
son eternos. ¡Felicidades
papá!
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