Mami
ríe y pareciera que el mundo extendiera su carcajada; en cambio, entristece, y
hasta la mirada duele, el mohín en el rostro pesa, y el ceño fruncido lastima. “Mamá
está brava”, dice el pequeño, consciente de su falta y dispuesto a remediarla
con un beso; el bálsamo que la desarma.
Ser
madre no es un estado que se alcanza tras nueve meses de gestación, no es
cuestión de pañales y teteras, sino de cariño desmedido e incondicionalidad. Es
un espíritu, y equivale a noches de insomnio y preocupación sin límites, a zozobras
y alegrías. Las hay de diferentes formas y maneras, posesivas, liberales,
gruñonas o pasivas, y de todas las profesiones: maestras, ingenieras, amas de
casa, obreras, licenciadas y militares. Pero en esta especialidad nadie lleva
ventaja, las une el afán de ser mejores en la carrera más difícil de sus vidas.
En una vocación sin descanso que no conoce de días libres.
Devienen
amigas, psicólogas, custodios y enfermeras. Pendientes de nuestras notas en la
escuela, las fiebres que no cesan, las vacunas, la alimentación, las
graduaciones, los peinados, los amigos, las llegadas tardías y hasta los novios.
Cada madre
es única y especial; hallan la felicidad
cuando sus hijos la encuentran y se vuelven leonas si alguien se los ofende.
El
segundo domingo de mayo, llega el momento de las postales, las felicitaciones y
los regalos, de los paseos y los mimos, solo eso, pues para quererte, mamá, para quererte,
tenemos 365 días, todo un año, y otro, y otro y otro….
¡Felicidades¡
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