Cuando era niña, me
complacía con el olor de mi ciudad. Cárdenas transpira ese aroma a mar, a
barcos y a puertos. Me cautivó su historia, la que los moradores repiten en
cada esquina, para reconocerla como la Ciudad de las Primicias, la Perla del Norte o la Ciudad Bandera. Y
de manera particular me sedujo descubrir las anécdotas que atesora una
céntrica casona, con puerta gigantesca y aire colonial, convertida hoy en
museo.
Allí, justo en la calle
Jénez, número 240, entre Calzada y Coronel Verdugo se oculta la infancia de
José Antonio Jesús del Carmen Echeverría Bianchi, historia que su casa natal
revive ante todo el que la visita.
I
“(…) crecerán los niños que serán
como imágenes de
los hombres que han caído;
los niños que serán como “manzanita(…)”
Fidel
Se dice que nace
cerca de las tres de la tarde, un 16 de julio en 1932, cuando el país entero
atravesaba una profunda crisis económica. Primogénito de tres hermanos, conoce
de la mano de sus padres su ciudad natal y los poblados cercanos.
Es un niño cariñoso,
inquieto, y muy respetuoso. Desde pequeño emerge en él esa auténtica
sensibilidad humana que lo siguiera toda su vida, como mismo lo acompañó desde
los dos años de edad el asma, enfermedad a la que aprendió a sobreponerse.
Por eso practicó deportes:
baloncesto, natación, y un poco más adelante remos, y aunque su físico exhibía
siempre algunas libritas de más, participó durante sus primeros años
estudiantiles en campeonatos anuales de su escuela, el colegio Champagnat.
Estudiaba mucho, a veces
en el patio de la casa o en un catrecito se le veía devorando algún libro, como
cualquier lector insaciable, o en las habitaciones del segundo piso del hogar
familiar, repasando a otros compañeros del aula.
Una de sus aficiones
favoritas era la pintura, también coleccionaba sellos, y recibía clases de
música y guitarra.
José Antonio, o Ñoñó (como
también acostumbraban a decirle en el seno familiar) no toleraba las
injusticias, por eso no permitía que nadie maltratara a un niño negro que
jugaba con él, y a quien siempre le prestaba su bicicleta. Una vez, frente a su
casa, en el parque Tomás Estrada Palma (que hoy lleva su nombre), cuando le
rompió sin querer la camisa a un niño, lo llevó junto a él, hizo que su
mamá le diera una camisa suya, y acompañó al muchacho para que no lo regañaran
por llevar una ropa distinta.
Aunque su familia mantuvo
una posición económica estable, no vive ajeno a la realidad de la isla. En
varias ocasiones le pidió a la mamá su consentimiento para regalarle algunas de
sus pertenencias a quienes menos tenían; y cuando una criada de la casa
solicitó un adelanto para comprarle al hijo un carrito como el de José Antonio,
él tomó el suyo y se lo ofreció sin vacilaciones.
En su primera escuela, sus
compañeros sentían una profunda admiración por él y su actitud ante lo mal
hecho. Cuando los estudiantes cometían indisciplinas con un profesor,
conversaba con ellos y buscaba la forma de que todos estuvieran más
interesados. Sus resultados fueron siempre excelentes, aunque en más de una
oportunidad tuvo que ausentarse por las continuas crisis de asma.
No era nada tímido, sabía
escuchar a los demás y sostener pláticas interesantes, por eso siempre anduvo
rodeado de amigos.
II
“(…) hay en Cuba una juventud decidida y resuelta,
con clara conciencia de sí y de los que le rodea(…)”
José Antonio Echeverría
Cuando ingresa al
Instituto de Segunda Enseñanza de Cárdenas, se suma a las protestas
estudiantiles que exigen la construcción de un edificio propio para la institución,
obra detenida por supuestas faltas de
presupuesto y materiales.
José Antonio se ha
convertido en un líder natural y es elegido por sus compañeros Secretario de la Asociación de
Estudiantes del Instituto.
Es muy comunicativo,
sencillo e interesado en renovar lo que le rodea, con un sueño que
materializaría años después, ingresar a la Universidad de La Habana.
Viaja asiduamente con sus
amigos a Varadero, a fiestas o actividades deportivas. Se gana el cariño de
quienes lo conocen y las muchachas lo admiran y prefieren su compañía en
bailes, quinces, cenas, encuentros estudiantiles, y excursiones.
de un edificio propio, para la
construcción del cual no había ni presupuesto ni materiales
En el Bachillerato,
José Antonio incursiona en la pintura al óleo, su primer cuadro aún se conserva
en su casa natal.
Casi a punto de graduarse,
organiza una muestra artística estudiantil con varios números culturales,
incluso junto a otros compañeros se disfraza de mujer. El propósito era
recaudar fondos y comprar el anillo de graduado de los estudiantes
de peor situación económica. Gracias a esta idea suya, el 19 de agosto de 1950,
en el cine- teatro Cárdenas, todos
sus compañeros pudieron lucir su sortija y recibir el certificado de Bachiller.
Este fue el José Antonio
de Cárdenas, el que correteó en sus calles, jugó en sus parques, y bebió en sus
cafeterías. El que nunca anduvo solo porque con su sonrisa atrapó a quienes lo
conocieron. El que un día partió hacia La Habana, no solo a estudiar
arquitectura en la universidad, sino a unir para siempre su destino a las
luchas estudiantiles, a la FEU
y a esa “juventud decidida y resuelta” dispuesta a revolucionar el
destino del país.
Fotos Tomada de Internet
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