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viernes, 2 de diciembre de 2016

El regaño más dulce… el de Fidel



Mi mamá es de esas personas que está llena de historias, de las que retiene sus raíces. Ella recuerda las nalgadas que recibió por ser siempre la más alborotosa de los hermanos, los viajes a otras provincias de mi abuelo para ganar un dinerito y construir su propia casa, porque el desalojo es más triste cuando tienes seis bocas que alimentar y las decenas de uniformes de los pupilos de La Progresiva en Cárdenas que lavaba abuela Cusa, para garantizar la matrícula de sus niños en una buena escuela donde prepararse para el futuro. Ella no olvida los buches de café amargo que tomaba mi abuela, ni su rostro de preocupación disimulada durante los días inciertos de Girón, o las luchas en el continente africano donde estuvieron sus hijos sin un regreso seguro.



 Mi mamá no olvida que alfabetizó a los 14 años, con miedo a los bichos, a los ruidos y hasta las sombras, por eso guarda con celo su bandera y la cartilla, ni cuando recogió café en Oriente en medio de la efervescencia que solo provocan las revoluciones, y ante el temor del estallido de una nueva guerra, eran los azarosos días de la Crisis de Octubre. Pero sobre todo recuerda con especial ternura, el tiempo que se fue a Pinar del Río a cultivartabaco, porque fue allí entre los matorrales y los trillos de un campo desnudo que pudo ver, así de cerquita a Fidel.

Apenas eran unas chiquillas estudiantes de la Escuela Mártires de Girón, que cumplían su período de trabajo agrícola en las tierras de Laguna Grande, cerca estaban los edificios de Sandino. Corrían los años 60, se fugaron del campamento para conocer la zona: “No estábamos lejos, cuenta mami,pero queríamos pasear, por allí habían árboles frutales, una laguna y por supuesto las matas de tabaco, ya habíamos visto a Fidel en otras ocasiones, siempre venía al campamento a preguntarnos cómo estábamos, qué nos faltaba, le decía al director,Barbarroja qué se necesita aquí; pero que va, aquella mañana fue diferente.

Dice mami, que cuando vieron los tres jeeps avanzar hacia ellas, se pusieron eufóricas, se acercaron y lucharon con desenfreno para tocarle las manos por la ventanilla. ¿Y la escolta? pregunto yo.“Él siempre les decía que nos dejaran acercarnos, cómo le iba a tener miedo a sus estudiantes. Nos preguntó qué hacíamos por esa zona, dijo que no podíamos alejarnos del campamento, podría ser peligroso y nos indicó que regresáramos”. Según mami, ellas viraron.

Hoy, al cabo de los años, piensa que se sintieron un tanto avergonzadas por el regaño aunque fuera dulce,era una extraña mezcla de alegría y pena.Sin embargo,confiesa que en realidad recuerda más sus caras sonriendo y la discusión interminable de quién le había tocado las manos primero o cómo eran sus dedos.
 
No resisto, le tengo que preguntar: Mami, ¿estaba muy molesto? “Nos habló serio, pero nunca fue grosero, era esa forma suya de hablar como si estuviera reflexionando, convenciéndote de algo”. Entonces mi mamá sonríe pícara, como quien guarda más historias: “ Molesto, molesto de verdad, se puso el día que nos abalanzamos sobre los carros en que él venía por Quinta Avenida, pero imagínate, éramos tan jóvenes, y Fidel siempre es Fidel.

Fotos: Cortesía de Marta Bravo Rodríguez

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