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martes, 3 de diciembre de 2013

Óleo a la indiferencia

¿Te maltrataron en la tienda?, preguntó: “No, ni eso”. Así dibujaba la indiferencia una caricatura publicada por los medios nacionales días atrás. El humor se vale de recursos ingeniosos para ofrecer una cosmovisión brevísima de la realidad, que cautiva al público. Lo triste es que este óleo a la indiferencia no parte de la ficción, ni el pensamiento abstracto de un artista; eclipsa nuestras entidades, ámbito laboral o de servicios, burla los buenos haceres y provoca insatisfacción. 

Los colegas de Telebandera, por ejemplo, colocaron el dedo en una de estas llagas. En Cárdenas un grupo de maestros albergados criticaban las malas condiciones del local donde vivían, ubicado en calle 23 y Laborde. Ausencia de mobiliarios, tanque de agua destapado, techo en mal estado eran solo algunas de las agonías de su rutina diaria.

El hecho preocupa, incluso más allá de las reparaciones materiales que evidentemente precisa la vivienda. Quienes leemos entre líneas, percibimos en los afectados otra inquietud, una ajena a las inversiones o sumas monetarias: la aparente inercia ante tal situación.  

El asunto posee diversas lecturas y no lo dudo, muchas explicaciones; pero de qué sirven, si los perjudicados, las desconocen. En una esfera sensible, matizada, en municipios como el cardenense, por las carencias de personal, que obligan a acudir al apoyo de docentes de otros territorios, esos escollos laceran y desmotivan.

En ocasiones, además del presupuesto, falla la comunicación justo allí donde nos falta por avanzar en materia de atención al hombre. Estos temas concertados en contratos, convenios debatidos en reuniones y asambleas, no son nuevos, pero pululan los malos ejemplos, y toma ventaja el sentimiento o postura apática hacia algo o alguien.

El desinterés es una muestra de maltrato, directo a la autoestima personal y la imagen de una institución. Duele más un: “me resulta indiferente”, a un argumento positivo o negativo.
Al sector de los servicios en el país le aqueja también este mal, quienes sufren son los clientes. Hace unos días compré un tubo de vasos desechables por el valor de 23 CUP en un establecimiento de la calle Medio de la ciudad de Matanzas. Antes indagué con la dependiente la cantidad de unidades: “50 vasos”, me aseguró. Sin embargo los paquetes exhibidos en la vidriera abiertos y despojados de cualquier garantía gritaban que era casi imposible que el producto cumpliera con las cifras establecidas. Me lo llevé a casa donde, en efecto, convertí la duda en certeza, faltaban cinco envases.

Mi error, y quizás el de muchos consumidores, estuvo en no contar in sito y reclamar. Pero cuál es el del dependiente, la tienda o la empresa. ¿Deben los consumidores vivir con el temor de ser estafados? ¿Por qué no se venden los paquetes sellados? ¿Por qué, si el dependiente conoce las irregularidades del producto no lo explica a la población?

Falta la información oportuna y sobra el desinterés en una sociedad que apuesta por ponderar el papel del hombre  como sujeto y no objeto. Merecen atención tanto los trabajadores como los usuarios. No por gusto los estudiosos de la comunicación destinan investigaciones a la relación con los públicos internos y externos. Los primeros determinan la vitalidad de una organización y los segundos su sostenibilidad.

La población sufre por deficiencias que perturban sus actividades cotidianas y constituyen a pesar de las complicaciones la base de su bienestar social.

Es cierto que median aspectos como las lógicas del mercado, retribuciones económicas, la preparación y hasta el estado anímico. Pero si a pesar de ello el interés prima, la indiferencia vista como la negación del ser, o un problema psicológico y social, no podrá anestesiar los buenos modales ni la profesionalidad, que nos urge anclar en tierra firme.

Imagen tomada de Internet

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