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martes, 14 de enero de 2014

Atracciones fatales


En pocas ocasiones cuento la historia, imagino la desconfianza de quienes la escuchen y las risas cómplices. Pensarían en un invento matizado con locura y algo de imaginación. Pero lo juro, no es ficción, lo viví y quedé anonadada.
Sucedió en mis tiempos de estudiante universitaria en La Habana, en un kiosko que entre otros productos vendía por tragos bebidas alcohólicas, allí, con un lenguaje confuso, un señor muy ebrio le comentaba a otro igual de borracho,: “Mira, el chama cogió a la jeba en sus brazos, porque él sabía que lo iban a partir y gritó ¡la entrego viva, viva!, yo me erizo”.
La escena parecía desempolvada de Macondo o parte del universo real maravilloso en el que recreó sus historias Carpentier. Aquellos hombres con un estado de embriagez total, debatían con vehemencia sobre uno de los clásicos del cine cubano, la película Clandestinos de Fernando Pérez. Analizaban una de las últimas secuencias del filme con la mirada crítica, jerga incomprensible y alta concentración de alcohol en sangre.
En ese momento pensé, cuán hondo había calado en la población aquello de la formación general integral, en los palpables efectos a corto plazo de los programas Universidad para Todos y hasta en el personaje de Jura decir la Verdad, Cuqui la Mora, y su acertada frase “La cultura no tiene momento fijo”.
Pero unos colegas desmoronaron el idilio: Arianna, esa historia es una excepción, la regla en los establecimientos expendedores de rones es el deslucido aspecto de los locales, y las groserías, insultos y hasta riñas entre quienes lo frecuentan.
El mal gusto y el mal ambiente se dan la mano en estos sitios, muchos abiertos durante 24 horas. Y aunque también comercializan otros productos industriales, confiterías, enlatados y hasta cárnicos; la clientela asidua al alcohol siempre “se roba el show”.
Algunos le llaman “escuelas de idioma” porque entre línea y línea los hispanohablantes truecan el milenario español por jerigonzas y jergas ininteligibles. Estas personas asumen en sus estilos de vidas hábitos de consumo inadecuados que los vuelven dependientes y enrumba camino a la adicción.
Prescindir de estos comercios, no creo sea la solución. No se trata de botar el sofá. Pero valdría reflexionar sobre su sentido social y particularmente su ubicación. Dos amigos, por ejemplo, sufren la presencia de “La Constructora”, un bar de la ciudad de Cárdenas, abierto día y noche, cuyos clientes apenas les permiten dormir por los escándalos y las palabrotas. Lo más triste y peligroso es su emplazamiento, frente a un instituto preuniversitario y un círculo infantil, afirmaron.
Desconozco si existen leyes o regulaciones en nuestro país que prohíban la cercanía de estos locales a centros educacionales, pero la lógica exige distancias. El alcoholismo es considerado por los especialistas una enfermedad crónica, la droga lícita o ilícita más empleada en el mundo, muchas veces en edades tempranas. Y aunque Cuba prohíbe su venta a menores, vale evitar situaciones comprometedoras o crear espacios inadecuados. No por gusto los investigadores identifican como las vías más frecuentes de consumo en los adolescentes las relacionadas al ámbito social, la imitación, presión de grupo y la búsqueda de nuevas experiencias.
En México, por ejemplo, autoridades universitarias de algunos Estados, emprendieron una batalla para erradicar los puntos de venta de alcohol en zonas escolares y garantizar entornos amigables alrededor de estas instituciones. Una idea válida también para el ámbito nacional.
No se trata de abogar por una sociedad abstemia, hablo de sensatez y buen gusto. La función social de estos locales estatales, es necesario pensarla de manera coherente y su localización debe responder a una planificación razonada y ajustada al contexto.
Cerca de una funeraria no va una discoteca, ni próximo a un hospital, un basurero, tampoco a pocos pasos de una escuela un punto que incite al consumo ilimitado de bebidas. En tiempos de reordenamiento urbanístico y territorial estos temas son esenciales.
No juguemos con un fenómeno cuyas implicaciones sociales generan malestar, agresividad, y depresión, porque contrario al mito, el alcohol no es un estimulante, sino un depresor. Las malas decisiones coquetean con una juventud por naturaleza atrevida y ávida por experimentar.
Cada cosa en su lugar y tiempo. Las historias macondianas pueden repetirse, pero, aboguemos por una versión sobria y mucho más sana.

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