
Sin embargo lo sucedido este sábado convirtió uno de sus estribillos en una
interrogante recurrente: ¿A dónde vamos a parar…? A dónde vamos a parar si no
superamos la crisis de incomunicación, si la violencia se vuelve un hábito, una
costumbre, un modo de vida, si la solidaridad es solo un concepto abstracto dentro
de nuestra sociedad, si permanecemos impasibles o reímos ante un ambiente
hostil.
Todo ocurrió en una Yutong que trasladaba solo 4 pasajeros de Varadero a
Matanzas, y recogió a otro grupo con el mismo destino. Comenzó una discusión
casi sin sentido; un joven custodio de algún centro del polo turístico, se
molestó con el chofer (un señor mayor) por subir personas al ómnibus. El
interpelado ripostó molesto con una ensarta de groserías mientras el uniformado
vociferaba, con falsa prepotencia: ¡la guagua no tiene que recoger a nadie, directo
a Matanzas!
El resto, lo de siempre, improperios, amenazas y hasta un cuchillo en la
escena. Por fortuna los viajeros reclamaron respeto: ¡por favor hay niños
chiquitos! No obstante el muchacho, ofendido, lanzó un ultimátum: ¡te lo juro
por mi hijo, cuando lleguemos al pre te rompo la cabeza!
Desconozco el final de la historia, algunos sugirieron la famosa fórmula para
quitar el “pica… pica”, pero a mi mente vuelve la canción cual una matraca… A
dónde vamos a parar…
Porqué es tan difícil conversar y escucharnos. La comunicación constituye
un proceso básico, esencial en la integración y existencia de la sociedad misma
como un todo. Es una aptitud, una capacidad, refieren los investigadores, y
sobre todo una ACTITUD que facilita
el entendimiento, pero implica disposición, y esa, muchas veces nos falla.
Qué justifica vivir siempre a la ofensiva o la defensiva, que gritar sea la
regla no la excepción, y la palabrota abunde más que la mala hierba.
¿Hasta cuándo sufriremos la agresividad acompañada por la falta de
educación? A la cantinela: la calle está malísima, tendremos que sumarle: la
guagua, la bodega, el parque, ¿o qué más?
Otra postura me preocupa aún tanto como la violencia, la insensibilidad:
¡esta guagua es directo a Matanzas, no tienes que montar a nadie!
No es secreta la crítica situación del transporte, por eso expresiones similares
se me antojan inaceptables. Aplaudo al chofer, pues no recoger viajeros, con
una guagua de retorno de alrededor de 50 asientos y solo 4 ocupados, es una
arbitrariedad.
Quienes piensen así, abusan de un pequeño espacio de poder que confunden
con superioridad. Olvidan lo efímero de un asiento seguro. Entiendo que muchos
de estos empleados trabajaron toda una noche, y sienten el agotamiento, pero
por favor, todos llegarán a su destino, perder cinco minutos no perjudica tanto.
La solidaridad, el apoyo mutuo, no solo se cultivan hacia el exterior,
comienzan por la casa, nacen allí. Convertir la generosidad en parte de nuestro
instinto natural tal vez sea una utopía, pero sino como canta Solís… A dónde
vamos a parar, con hiriente y absurda actitud.
Foto tomada de Internet
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