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jueves, 13 de marzo de 2014

Un joven también de nuestros tiempos


Cuando era niña, me complacía con el olor de mi ciudad. Cárdenas transpira ese aroma a mar, a barcos y a puertos. Me cautivó su historia, la que los moradores repiten en cada esquina, para reconocerla como la Ciudad de las Primicias, la Perla del Norte o la Ciudad Bandera. Y de manera particular me  sedujo descubrir las anécdotas que atesora una céntrica casona, con puerta gigantesca y aire colonial, convertida hoy en museo.
Allí, justo en la calle Jénez, número 240, entre Calzada y Coronel Verdugo se oculta la infancia de José Antonio Jesús del Carmen Echeverría Bianchi, historia que su casa natal revive ante todo el que la visita.

I


“(…) crecerán  los niños que serán
como imágenes de los hombres que han caído;
 los niños que serán como “manzanita(…)”
Fidel
 Se dice que nace cerca de las tres de la tarde, un 16 de julio en 1932, cuando el país entero atravesaba una profunda crisis económica. Primogénito de tres hermanos, conoce de la mano de sus padres su ciudad natal y los poblados cercanos.
Es un niño cariñoso, inquieto, y muy respetuoso. Desde pequeño emerge en él esa  auténtica sensibilidad humana que lo siguiera toda su vida, como mismo lo acompañó desde los dos años de edad el asma, enfermedad a la que aprendió a sobreponerse.
Por eso practicó deportes: baloncesto, natación, y un poco más adelante remos, y aunque su físico exhibía siempre algunas libritas de más, participó durante sus primeros años estudiantiles en campeonatos anuales de su escuela, el colegio Champagnat.
Estudiaba mucho, a veces en el patio de la casa o en un catrecito se le veía devorando algún libro, como cualquier lector insaciable, o en las habitaciones del segundo piso del hogar familiar, repasando a otros compañeros del aula.
Una de sus aficiones favoritas era la pintura, también coleccionaba sellos, y recibía clases de música y guitarra.
José Antonio, o Ñoñó (como también acostumbraban a decirle en el seno familiar) no toleraba las injusticias, por eso no permitía que nadie maltratara a un niño negro que jugaba con él, y a quien siempre le prestaba su bicicleta. Una vez, frente a su casa, en el parque Tomás Estrada Palma (que hoy lleva su nombre), cuando le rompió  sin querer la camisa a un niño, lo llevó junto a él, hizo que su mamá le diera una camisa suya, y acompañó al muchacho para que no lo regañaran por llevar una ropa distinta.
Aunque su familia mantuvo una posición económica estable, no vive ajeno a la realidad de la isla. En varias ocasiones le pidió a la mamá su consentimiento para regalarle algunas de sus pertenencias a quienes menos tenían; y cuando una criada de la casa solicitó un adelanto para comprarle al hijo un carrito como el de José Antonio, él tomó el suyo y se lo ofreció sin vacilaciones.
En su primera escuela, sus compañeros sentían una profunda admiración por él y su actitud ante lo mal hecho. Cuando los estudiantes cometían indisciplinas con un profesor, conversaba con ellos y buscaba la forma de que todos estuvieran más interesados. Sus resultados fueron siempre excelentes, aunque en más de una oportunidad tuvo que ausentarse por las continuas crisis de asma.
No era nada tímido, sabía escuchar a los demás y sostener pláticas interesantes, por eso siempre anduvo rodeado de amigos.
II
 “(…) hay en Cuba una juventud decidida y resuelta,
con clara conciencia de sí y de los que le rodea(…)”
José Antonio Echeverría
Cuando ingresa al Instituto de Segunda Enseñanza de Cárdenas, se suma a las protestas estudiantiles que exigen la construcción de un edificio propio para la institución, obra detenida por supuestas faltas de  presupuesto y materiales.
José Antonio se ha convertido en un líder natural y es elegido por sus compañeros Secretario de la Asociación de Estudiantes del Instituto.
Es muy comunicativo, sencillo e interesado en renovar lo que le rodea, con un sueño que materializaría años después, ingresar a  la Universidad de La Habana.
Viaja asiduamente con sus amigos a Varadero, a fiestas o actividades deportivas. Se gana el cariño de quienes lo conocen y las muchachas lo admiran y prefieren su compañía en bailes, quinces, cenas, encuentros estudiantiles, y excursiones.
de un edificio propio, para la construcción del cual no había ni presupuesto ni materiales
En  el Bachillerato, José Antonio incursiona en la pintura al óleo, su primer cuadro aún se conserva en su casa natal.
Casi a punto de graduarse, organiza una muestra artística estudiantil con varios números culturales,  incluso junto a otros compañeros se disfraza de mujer. El propósito era recaudar fondos  y comprar  el anillo de graduado de los estudiantes de peor situación económica. Gracias a esta idea suya, el 19 de agosto de 1950, en el cine- teatro Cárdenas, todos sus compañeros pudieron lucir su sortija y recibir el certificado de Bachiller.
Este fue el José Antonio de Cárdenas, el que correteó en sus calles, jugó en sus parques, y bebió en sus cafeterías. El que nunca anduvo solo porque con su sonrisa atrapó a quienes lo conocieron. El que un día  partió hacia La Habana, no solo a estudiar arquitectura en la universidad, sino a unir para siempre su destino a las luchas estudiantiles, a la FEU y a esa “juventud decidida y resuelta”  dispuesta a revolucionar el destino del país. 

Fotos Tomada de Internet

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